¿Partidos políticos virtuales?
Ricardo J. Lombardo
El Partido Colorado debería aprender a tiempo, que su encogimiento responde fundamentalmente a esa lejanía que ha tenido de la gente, a no saber incorporar las nuevas modalidades de comunicación y, sobre todo, al triste hecho de haber olvidado su rol histórico de garante la República, que empieza por diseñar una estructura para que los ciudadanos se sientan parte de la res pública, y no solo meros observadores o consumidores de lo que ocurre en la élite política.
En un reportaje concedido ayer a El País, Andrés Ojeda, que según las encuestadoras encabeza la intención de voto en las internas coloradas, llamó a los blancos a que lo apoyen en esos comicios, dado que parece resuelta la disputa interna en el Partido Nacional para elegir al candidato a la presidencia de esa colectividad con vistas a las próximas elecciones. Para convencer a los votantes extrapartidarios, señaló: “Estoy hoy en esto para garantizar un segundo gobierno de coalición y hacer perder al FA”.
Luego insistió: “el partidismo hoy no es tan fuerte como era en otras épocas”. Para ahondar en su idea, agregó: “Nosotros hemos hecho toda nuestra apuesta en dar a conocer una persona, un concepto, una idea y un proyecto. Por eso es una apuesta mucho más publicitaria que territorial. Los compañeros en buena medida han hecho una campaña tradicional, entonces invierten en el territorio, en las personas que tienen acarreando el voto estructural. Yo creo que el voto de acarreo y choripán se terminó, no funciona más. Y me alegra que así sea. Nosotros decidimos prescindir del manual tradicional de la política o por lo menos de las campañas internas coloradas”.
Estas afirmaciones de un posible candidato a heredar el liderazgo en el Partido Colorado, promueven a la reflexión.
Es cierto que los partidos políticos han debido evolucionar sus prácticas del pasado, frente al instrumental disruptivo de las tecnologías de la información y, más recientemente, de las redes sociales.
Las prácticas del choripán y el acarreo fueron deformaciones patológicas de una intención de los dirigentes políticos de comunicarse con sus adherentes. Pero ya no hay lugar para grandes actos ni demostraciones de caudal electoral mediante ese tipo de prácticas que han caído en desuso.
Los partidos políticos, en consecuencia, se esfuerzan por encontrar cuál es la mejor forma en estos tiempos de llegar al elector para manifestar sus ideas y sus intenciones. Esa búsqueda se observa no solo aquí en Uruguay, sino en muchos países en que la Política como actividad social, está siendo cuestionada por todos lados.
Lo que propone Ojeda, y de hecho ha instrumentado, es un contacto unidireccional mediante la propaganda, buscando ser conocido y apoyado de manera virtual, una modalidad bastante propia de estos tiempos de comunicación digital y la presencia indetenible de las redes sociales.
Pero esa postura parece conducir hacia la política virtual.
Y desconoce que los partidos políticos son, o deberían ser, escenarios de doble vía. No solo proporcionan el medio a través del cual los dirigentes dan a conocer sus ideas y su imagen, sino el medio que los ciudadanos deben tener para hacer llegar a los gobernantes o los candidatos sus inquietudes, sus percepciones, sus cuestionamientos, sus necesidades, sus sentimientos y aspiraciones. O sea que la agenda no sea solo la que el candidato quiere imponer, sino la que los electores encaminen o moldeen.
Para ello, el contacto personal es insustituible. Y para facilitarlo, los partidos necesitan estructuras bien organizadas, modernas, que incorporen todo el potencial de las nuevas tecnologías y que se deshagan de los vicios del clientelismo del pasado.
Los viejos manuales de la política hay que sustituirlos por otros actualizados y adaptados a los tiempos, pero sin perder de vista lo básico, es decir, que los partidos son instrumentos de ejercicio republicano y no solo medios para la venta de un nuevo producto tomadas del marketing, que presentan a un candidato como si fuera un nuevo jabón o desodorante.
El Partido Colorado debería aprender a tiempo, que su encogimiento responde fundamentalmente a esa lejanía que ha tenido de la gente, a no saber incorporar las nuevas modalidades de comunicación y, sobre todo, al triste hecho de haber olvidado su rol histórico de garante la República, que empieza por diseñar una estructura para que los ciudadanos se sientan parte de la res pública, y no solo meros observadores o consumidores de lo que ocurre en la élite política.
Ese fue el gran legado que dejó José Batlle y Ordóñez, cuando en una sociedad elitista creó ciudadanía a través de los clubes barriales, donde los dirigentes políticos, los gobernantes, los ministros, los legisladores, tenían que ir a rendir cuentas a los ciudadanos de sus dichos y hechos.
Legado que parece haberse difumando, ante las seductoras ensoñaciones del marketing.