Castillo de arena
Fátima Barrutta
Cuando éramos niñas, nos divertía hacer castillos de arena en la playa. Era una manera de transportarnos al mundo mágico de los cuentos de hadas y, al mismo tiempo, gratificarnos por nuestra creatividad y esfuerzo, logrando cristalizarlos en algo lindo.
Ejerciendo la presidencia de Antel, la actual intendente Carolina Cosse tuvo una ilusión parecida.
En una columna anterior (https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=1669865066550801&id=426586167545370), nos tomamos el trabajo de historiar cómo la intendencia frenteamplista dejó que el Cilindro Municipal se deteriorara, lo hizo implosionar con dinamita a pesar de su valor patrimonial y cómo Antel se tomó prerrogativas que no le correspondían, construyendo allí un estadio multipropósito, por fuera de las atribuciones que la normativa concede a las empresas estatales.
Al día de hoy, los productores musicales lo aplauden, porque les permite vender diez mil entradas de sus espectáculos en una sola noche: el único beneficio real que puede ofrecer, en la medida que brinde trabajo y oportunidades a nuestros artistas. Pero hay otros que lo usan en forma aún más intensiva. Se trata de una extraña corporación de lucha libre norteamericana denominada Ultimate Fight Championship, que cada tanto realiza allí sus eventos, en que los luchadores se revientan la cara a patadas y golpes de puño sin guantes protectores, para diversión de los amantes de ese nefasto deporte, más parecido a una carnicería que a una competencia.
En la reciente interpelación realizada al ministro de Industria, Omar Paganini, quedó definitivamente aclarado el escandaloso sobrecosto de este castillo de arena de la intendente: 63 millones de dólares de más, que venimos pagando los usuarios de Antel en nuestras facturas mensuales, desde hace años, y seguiremos haciéndolo por mucho tiempo. Pero eso no es todo: también se supo que un supuesto dictamen del Instituto de Derecho Constitucional, que justificaba esta locura, no era tal.
Ahora se sabe que era una minuta redactada por el Dr. Pérez Pérez, que no era en absoluto una certificación oficial del Instituto y que ninguna de sus autoridades, ni el secretario, ni los integrantes de la Sala, sabían nada de ese perdonavidas.
Solo cabe felicitar a un batllista cabal como el actual presidente de Antel, Gabriel Gurméndez, por poner los puntos sobre las íes en este procedimiento irregular al que el senador Gandini bien define: “en mi barrio a esto se le llama corrupción”.
Al mismo tiempo que la opinión pública se entera de esta penosa manipulación de la verdad, los frenteamplistas optaron por no ingresar a sala, ofendidos, y convocaron a una manifestación en el Antel Arena, en respaldo de semejante dislate.
Promovieron un “abrazo” al estadio, usando como eslogan la frase “Antel es nuestra”.
Es bueno que sepan que no, que ninguna empresa pública pertenece al Frente Amplio: si así fuera, seguro las habrían administrado mejor y con más honestidad. Seguro que habrían contratado a jerarcas idóneos, en lugar de dejarla en manos de diletantes con ambiciones electoreras.
Antel no es de ellos, es del Estado.
De los usuarios.
De los contribuyentes.
De todos los uruguayos, cualquiera sea su voto.
De quienes se esfuerzan todos los días en ganarse el pan con dignidad para pagar sus cuentas, y se hartan de ver tanta desaprensión en el manejo de los recursos públicos. No pueden seguir con eso de que “Antel es nuestra” como tampoco con lo otro de que “la LUC no es Uruguay”.
Ojalá entendieran algún día que el Estado uruguayo no es propiedad del Frente Amplio, sino que garantiza la rotación de partidos en el poder en elecciones libres y democráticas, como la que los desplazó de allí en 2019.
Ahora el estropicio está hecho y por lo menos queda el consuelo de un estadio que está siendo útil en la campaña de vacunación. Pero la plata ya está despilfarrada y, como los avioncitos de Pluna comprados por Campiani, con el visto bueno de Astori y el aval del BROU, sigue y seguirá generando deudas.
El gobierno de la coalición republicana ha cumplido en blanquear el desatino de ese emprendimiento del FA; ahora tiene el desafío de hacerlo rentable, para que la megalomanía de unos pocos no siga pesando en el bolsillo de todos.