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El nomenclátor urbano y sus implicancias

Juan José Arteaga – José M. Lazo

Instituto Histórico Uruguayo del Uruguay

Un nomenclátor urbano es un catálogo ordenado de topónimos de calles. Un topónimo indica el nombre de un lugar, en este caso de calles. Los nombres de las calles nos dicen mucho sobre la historia, la geografía y la cultura de una ciudad.

La denominación de una calle destaca un acto conmemorativo, para recordar eventos, personas, lugares y valores de importancia para la comunidad. El Nomenclátor de una ciudad es una posesión de la colectividad que así lo reconoce.

En estos días ha circulado la noticia de que la Intendencia de Montevideo pretende se homologuen ciertos cambios en la denominación de algunas calles emblemáticas de la ciudad.

En las últimas décadas se fue generalizando ese tipo de arbitrios, y así nos encontramos con calles divididas al medio: la calle del Ibicuy dejó su lugar a Héctor Gutiérrez Ruiz; la calle Zelmar Michelini sustituyó a la calle del Cuareim; Carlos Quijano por la del río Yi; todas calles que en el origen de Montevideo memoraban a los ríos importantes partiendo desde las inmediaciones de la Plaza

Independencia, aunque Andes lo fue desde un comienzo como «de los Andes» en referencia al más importante accidente geográfico continental. Así las cosas, teníamos las calles desde la del Queguay, la del río Negro, y los ríos ya nombrados hasta llegar a la calle del Ejido donde se terminaba la ciudad, limitada por «el alcance del tiro del cañón» que partía desde la Ciudadela. Cuando se decidió nominar organizadamente las calles de Montevideo se hizo un plan al respecto que ha perdurado hasta el día de hoy denominado Plan Lamas. El intelectual y político Andrés Lamas propuso en el año 1843 una organización estructurada de la nomenclatura urbana, teniendo en cuenta no sólo la importancia de la vía de tránsito sino también una correspondencia con lo homenajeado, lo cual serviría para que el colectivo no olvidara la actuación, profesión, labor, función y aportes que esa persona, evento o lugar, hubiera sido por y para la sociedad. Las personalidades consideradas fueron irrefutables por su impronta, igual que los acontecimientos simbolizados.

Nadie puede negar la importancia que tuvo Wilson Ferreira Aldunate en el último cuarto del pasado siglo, o el Dr. Aquiles Lanza quien falleció en pleno ejercicio de su gobierno municipal, pero no mejora su imagen el hecho de dividir calles para tributarles un recordatorio.

El ímpetu denominador y refundador ha hecho cometer a sus responsables un garrafal pecado: al cambiar un nombre se está perdiendo la memoria histórica y

por tanto la identidad social de la comunidad que por allí circula o reside. Los nombres de calles identifican domicilio, así como su numeración respectiva, y el

domicilio es afincamiento y arraigo. Alguien que hasta la década de los 80 había

nacido en la calle del Ibicuy en pleno centro de Montevideo, hoy se ve inscripto en una calle que fue a recalar al Pueblo Abayubá, en la periferia montevideana, y menos mal que la trasladaron aún a una modestísima calle de apenas una cuadra de extensión, porque otras directamente desaparecen. Como ésta, muchas otras; y así se hace perder la raíz del afincamiento aludido.

Muchos países en el mundo se abstienen de los nombres y simplemente las numeran en un sentido o en otro. Uno de ellos es el caso de Colombia, que si van en un sentido se denominan carreras (numeradas ellas) y las que van en sentido perpendicular se denominan calles, también numeradas. Es un mecanismo sumamente práctico y de muy fácil orientación y aplicación en el que a nadie se le ocurriría cambiarle el nombre a la Carrera 30 y llamarla 184. 

La interrupción de la continuidad de los nombres genera confusiones considerables, sobre todo cuando, por ejemplo, hasta 18 de Julio se llaman de una manera y de allí en adelante se llaman de otra. Son aspectos de ubicación y de orientación de las personas en una ciudad.

Méritos tienen en sus ámbitos, sin lugar a dudas, figuras como Rosa Luna, Marta Gularte, Lágrima Ríos, Pirulo, etc, pero no es más que eso. En esta oportunidad no se trata de analizar la valía o no de los nombres propuestos, sino la pertinencia de eliminar lo que ya está más que arraigado, como Minas, Magallanes o Gaboto, designaciones que datan de 1867, evocando tanto a un departamento de aquellos tiempos (hoy Lavalleja) o de los grandes navegantes del mundo, menudo homenaje le hacemos al cambiarla justo cuando se cumplen

500 años de la primera vuelta al mundo.

Centenares de vías de tránsito (más de sesenta «Calle A», otras tantas o más «Calle B” o “Calle C», muchísimas otras calles «17 Metros», «19 Metros» o «21 Metros», así como múltiples «Pasaje») y espacios públicos claman por un nombre que nunca les llega.

Por resolución de la IX Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Normalización de los Nombres Geográficos (topónimos), en su numeral 4) resuelve que la toponimia sea un patrimonio cultural inmaterial, alentando a los organismos oficiales encargados de la toponimia de cada país, entre otras recomendaciones, a elaborar un programa de salvaguarda y promoción de este patrimonio. Nada de ésto está ocurriendo. Muy por el contrario se está  produciendo una deconstrucción cultural. La propia Intendencia de Montevideo promueve a través de su solicitud de denominación de calles online, a “cambiar” por nombres de personas, quitando las posibilidades que el nombre conmemore un evento o destaque las características del lugar. Así perdimos entre otras a  “Médanos” (actual Javier Barrios Amorín), “Propios” (actual Batlle y Ordóñez) y así como se podría perder la ubicación donde estaban los pozos del Rey, si se eliminara dicho nombre de calle.  Es notorio también un claro retroceso en el número de calles relacionadas a los lugares y sus características, en contraposición con el aumento del nombre de personas en las calles.

Es necesaria una consideración mucho más detallada, como lo expresan las reglamentaciones, para hacer modificaciones o inclusiones en el nomenclátor urbano donde deben tenerse en cuenta una cantidad de atributos de la figura referida más allá de la moda o la simpatía de quien se pretende homenajear. Si cada nuevo gobierno departamental que asume optara por este criterio realmente tendríamos lo opuesto a una organización. 

Además en estas épocas de mapas digitales y aplicaciones, así como GPS’ y navegadores, la modificación de nombres también afecta el rendimiento de esas aplicaciones, las que muchas veces no son sencillas de corregir, como suele suponerse. Podrían pasar cosas como que el navegador me dirija a otro sitio o sencillamente no encuentre la calle buscada.

Basta mirar hacia el viejo continente, donde aparecen calles en las grandes capitales con nombres colocados hace 300 o 400 años y se siguen llamando de la misma manera sin que a alguien se le ocurra quitarlos para ubicar allí a alguna figura de importancia del momento.

La fundación de ciudades en la Banda Oriental, como en toda Hispanoamérica, fue parte de un proyecto de «civilización», urbanizando se creaban centros de poder económico, cultural, militar y religioso. Así Montevideo fue consolidando no sólo un paisaje arquitectónico, una construcción

material como capital de la República sino también una construcción simbólica, que por ser la suma de generaciones debemos cuidar y respetar.

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