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Lamentable decisión sobre objeto histórico

Marcelo Gioscia

Conocida la resolución judicial que puso fin al litigio sobre la propiedad del águila de bronce que fuera rescatada del “acorazado de bolsillo” alemán, Admiral Graf Spee (hundido frente a la costa de Montevideo por su comandante Hans Langsdorff quien luego se quitara la vida en Buenos Aires) después de intervenir en la denominada Batalla del Río de la Plata -episodio bélico de la Segunda Guerra Mundial- y atribuida al Estado uruguayo, ha tomado estado público la decisión de transformar dicha pieza histórica, en una escultura que simbolice la paz. Nadie duda de la maestría y capacidad del escultor designado para tal encomienda, quien ha renunciado al cobro de emolumentos por la tarea asignada como único requisito de su aceptación. Menos aún se duda de la buena intención de mutar un símbolo del insano poderío nazi, en otro que trasmita no el enfrentamiento ni los desbordes atroces de la guerra, sino la necesaria, duradera y pacífica concordia entre los pueblos que anhelan vivir en armonía. Pero que deba destruirse una pieza escultórica de bronce de indudable valor testimonial e histórico para lograrlo, eso ya es otra historia. Los objetos -como el que nos ocupa- y los símbolos contenidos en ellos, son testigos tangibles de un período transitado por quienes lo vivieron y sufrieron y a nuestro leal entender, por formar parte de la Historia de la Humanidad, debieran ser conservados –como ha ocurrido con los objetos expuestos en los museos existentes en los campos de concentración nazis- como acervo cultural que guarde la memoria de lo pasado, para conocerlo y no volver a repetirlo. Su destrucción o transformación en otro objeto, apunta sólo a lo material, cuando lo que habría de intentar trasmitir, especialmente a todos los que no fueron contemporáneos de esos hechos, son las enseñanzas que permitieran aquilatar humanamente, las profundas derivaciones y alcances de lo que esos símbolos significaron para muchas personas –que incluso los portaban con orgullo-  o lo que sentían quienes, muy por el contrario, se aterrorizaban sólo con verlos. Los símbolos tendrán en todo caso, el valor y significación que le atribuya cada quien en su interior, y su representación trascenderá lo meramente material. Es por esa razón y no otra, que me permito disentir con la decisión adoptada y suponer que también, se haya zanjado el diferendo con quienes fueron -los que autorización mediante- supieron ubicar y rescatar la pieza en cuestión a su costo, para evitar posibles reclamos. Nuestro país, además, debiera conservar ese tipo de objetos patrimoniales, con una profunda finalidad educativa y de difusión de valores, no sólo para satisfacer la curiosidad de eventuales visitantes a nuestros museos, sino para que, desde la autenticidad de los mismos, pueda enriquecerse aún más la formación democrática y republicana de nuestr}}}}. El respeto por las construcciones y vestigios históricos, así como la conservación de bienes culturales de pasadas épocas, que hacen muchos países que consideramos líderes del “primer mundo”, para los que destinan buena parte de su presupuesto, debiera servirnos de ejemplo.   

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