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Mi amigo Robot

Hugo Machín Fajardo

La novela gráfica que inicia la historia fue escrita por la ilustradora estadounidense Sara Verón. El director español de cine, Pablo Berger, trabajó junto a un equipo durante años hasta plasmar «Mi amigo Robot» (Robot Dreams) historia de amistad entre dos seres representados por un perro y un robot.

Escrita con imágenes donde cada plano tiene un valor, «no hay un plano que sea menos importante que otro, todos tienen una razón de ser; el tamaño del plano, qué está en primer término, qué se ve, qué no se ve… cada plano tiene que ser un dibujo fundamental», explicó Berger en entrevista de «El Tiempo», de Bogotá.

Dog vive solo en un apartamento de Manhattan, en la Nueva York de los ochenta. Deprimido y ante la ausencia de familiares, decide tener un amigo por lo que compra un robot amistoso. A partir de allí, se desencadena una relación ambientada en la ciudad al ritmo de canciones de época (September de Earth Wind & Fire – Happy de William Bell y la música incidental, jazz de Alfonso de Vilallonga) que transita desde la soledad a la empatía con las consecuencias imprevisibles del diario vivir.

 Los personajes son todos animales. No hablan entre sí, pues no son necesarios los diálogos. El baterista del metro es un pulpo, el vendedor de salchichas quizás sea un cocodrilo y muchos otros representan la fauna neoyorquina. Lo cierto es que hubo un equipo de 10 personas trabajando 24 meses en el diseño de los personajes que están muy bien escritos y dibujados. Animales con rasgos de humanos.

 Interesante que la relación entre Dog y Robot transite fuera de la previsible relación de pareja existente tanto en muchos de los tradicionales dibujos animados, como en las actuales historias difundidas en plataformas con objetivo infantil. En Mi amigo Robot el vínculo es de empatía entre dos seres, con sus lógicos entusiasmos, dudas, altibajos e imprevistos que todos hemos conocido en nuestras vidas.

 La rutina y su antídoto de sueños, al igual que la memoria, también tienen su sitio en una cinta, que hace crecer al espectador con la simpleza de colocarle delante de la vida tal como es.

 Parecía ideal para verla con la nietita de 8 años y no nos equivocamos. Ella se mantuvo super atenta durante toda la película y cuando abandonábamos la sala me tomó de la mano y me dijo:

– «Abuelito, nosotros vamos a ser inseparables».

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